Una noche de invierno en un país austral,
fuerte de esos inviernos que nos azota el alma el mes de junio, resurgió bajo
mis frazadas casi húmedas por la niebla que se extendía sobre mi lecho. Esa
noche entre dormida y a veces casi despierta en un estado de letargo fantasmal;
una torre de marfil hizo presencia en mi sueño, adornada con flores místicas. Y
una estrella al norte que iluminaba una estrella angelical, pasó rauda frente a
mí como si viera el alba de aquel día de invierno, fugaz como el instante que
vivía.
La figura en su presencia espiritual,
iluminaba en su alma hermosuras, sus ojos angelicales, llenos de ternura, ojos
presentes suyos, me proyectaban a la juventud junto al enigmático recuerdo de
mi padre en un estado celestial.
Yo sentí que la frente me besaba, la
sensibilidad de sus labios fulgurantes, me hicieron recordar la ternura
recibida, cuando aquella figura junto a mi madre, me decía; mi reina, mi
chiquilla adorada. Con canciones de cuna, lo susurraba, no importaban las
noches de invierno con niebla de locura, siempre el cántico de sus melodías, no
me dejaba desvelar, suavemente yo me dormía.
De más después, su paso triunfante, sus
caricias inmateriales, junto a mi lecho como una visión que deslumbra, me
iluminó de consejos para mi bien futuro, que en vida preservaré siempre. Y yo
como pintora de recuerdos, hacedora de imágenes infantiles, vi en el vestido
luminoso, la figura paterna de idílica presencia. Sólo en la aurora celestial
de aquella madrugada, todavía medio dormida, hice conciencia de que debía
regresar a casa. Y asombrada, desperté abrazada al álbum familiar donde la foto
de mi padre, yacía mojada en lágrimas, brillando con su rostro varonil.
José Nivia Montoya
Maestro de Matemáticas y
artista colombiano
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