En hombre y mujer, nace primigeniamente la
querencia por trazar escritura. A medida que uno prende sus sensoriales busca
expresarse en emociones o videncias. La literatura la ingeniamos entonces en lo
intimista. Como forma de creación, proviene de nosotros en voz silenciosa y
vamos soltándola al lienzo, posándola con palabras que traman oraciones, cuales
asemejan nuestros pensamientos, figurados en naturaleza de universos, que inferimos
desde nuestra experiencia para después obrarlos en la prosodia sacralizada.
Consecuente con la erudición, hacer un
escrito artístico es vislumbrar la surealidad. Uno va más allá de lo meramente
eventual. Muchas veces, se alcanza a fundir esta vida con la expectación increíble.
Podemos complementar aquí abstracciones como fantasías, creídas en asombro.
Esto lo cual, nos permite innovar alegorías para el cambio del mundo, además nos
inspira a imaginar lo desconocido.
En lo holista, escribir es un proeza mágica.
Entre las composiciones aparece cualquier urdimbre fascinante. Esta actividad
con letras; así nos divierte a lo grande, expande nuestra mentalidad, nos
ilustra sobre las diversas culturas. Uno de a poco empieza a compenetrarse con
lo histórico y la fantasmagoría.
Por tanto, hay encuentro con el intelecto al
ser escritor. Deviene en la mayoría de ellos, un buscarse sobre los dilemas y
misterios supremos, que percatan. Con avidez, leen y releen libros por efecto
enteros; incluso hasta estudian bibliotecas a la vez que meditan sus creencias
para ya con disposición; tomar la pluma y solos decidirse a narrar lo
inspirado, tramas de ficción.
Porque cierto, tal como dice Gabriel Arturo
Castro: “La escritura produjo de algún modo la liberación de la palabra, y los
textos están destinados a ser fijados por la memoria de la humanidad, ya que
las emociones se hacen estéticas a través de la reflexión, la perfección y la
producción de ciertos ritos, valores e imágenes del mundo interior y exterior”.
De modo tal que para el ser humano, ella es
superlativa. Su desenvolvimiento, que ha tenido durante los siglos, nos sirve
ahora para mejor reconocernos, para ser más fervientes, tal es su esplendor.
Con la poesía, por cierto, podemos desahogar nuestros sentimientos, darle igual
consuelo a los decepcionados, una visión profunda extasiar, las fragancias ahí
encantamos. En el cuento, ya como género pulcro, abrimos múltiples dramas,
tendiendo a ser infinitas por el narrador. Aunque claro, hay unos órdenes
especiales para sobresaltar con eficacia eso que revelamos. Y sólo se intuye su
complejidad, cuando uno estudia las obras maestras, demás si son dedicados periodos
de soledad a idear lo impensado. Por supuesto, con tal intención, pretendiendo
ser creativos sobre lo contado. De crescendo, pasando a la novela, creo es la
conjugación de muchas historias, que permite explayarnos en libertades. Ella
nos da mucha acogida a nuestra creatividad. Uno si gusta de poner varios
personajes protagónicos, dicho género nos lo permite y por tanto, se puede
entramar hasta el mismo mundo, tal como lo hizo Miguel de Cervantes con El
Quijote.
Y en fin; la escritura en esencia es fantasía,
más las incontables alegorías inusitadas, cuyos misterios iremos vislumbrando
con la máquina de Wells. Avanzadamente, porque nuestro deber ser es erguirnos
como una humanidad realmente letrada. Hacia allá habremos de elevarnos por
medio de esta emancipación artística y junto a las demás invenciones cultas, si
dedicados esforzamos la moral ilustración.
De hecho, tal como anuncia Ernesto Sábato: “Les
pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos
aspirar si nos atrevemos a valorar de otra manera la vida. Nos pido ese coraje
que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos
doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que únicamente los
valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la
condición humana”.
Así que es hora de resucitar en conocimiento
y en obrar literario. Debemos luchar por la realización de una mente lúcida,
versada en poetas como en filósofos espiritualistas. Ya para con madurez, poder
completar escritos sobresalientes de arte o de cosmogonía. A tal caso, bien por
el saber, razona Immanuel Kant: “Nadie puede decirse
prácticamente versado en una ciencia y a la vez despreciar la teoría, pues así
mostraría simplemente que es un ignorante en su oficio. Entre tanto, no puede avanzar
más que la teoría, mediante ensayos y experiencias hechas a tientas, sin reunir
ciertos principios y sin haber pensado su tarea como un todo, que propiamente
constituyen lo que se llama teoría”. De acuerdo con este maestro, lo propicio
viene a ser estudiosos, nosotros repasar mucha teoría literaria, volver a la
lectura de poemarios, libros de cuentos, remirar las novelas clásicas para ir
forjando una conciencia pulcra.
Entonces despejados, por esta corriente, los
letristas iremos promoviendo renovaciones del pensamiento, propiciadas mediante
apólogos impactantes, que sirvan de trasmutación al ser humano, quien es
lector, con tal luego entre nuestros pueblos, ir columbrando esa maravillosa
tan anhelada por los sabios, la revolución artística.
Rusvelt Nivia Castellanos
Comunicador social y
Comunicador social y
periodista colombiano
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