jueves, 30 de marzo de 2017

LA DANZA DEL YAGÉ

El brujo de la tribu danzaba con la cara pintarrajeada, blandía sus utensilios silvestres que lo caracterizaban como amo y señor del baile del yagé. El Mama con su varita de mambiar se desplazaba en una orgía infinita por los laberintos espirituales, surcando la enmarañada selva, levitando sobre el dosel. Al consumo del bebedizo, aunado con su tribu, el Dios jaguar de ojos candentes que brillaban cual saetas en la oscuridad de la noche, dirigía el baile premonitorio del éxito.
La ofrenda a los dioses ancestrales, contra los invasores que habían cambiado su cultura, saqueado sus tierras y violado a sus mujeres, estaba por cumplirse. Pasaporte que el alma de la tribu en su psiquis profunda al son de los efectos del ritual, prodigaba un epílogo en el desafío a muerte, durante la marcha del mañana. Sólo esperaban la danza de la diosa serpiente, interpretada por la hija del cacique Aiwa, que al compás del tintineo de las semillas del árbol de chocho, fundiría su cuerpo en el baile del yagé, reptando con la inmensa pitón que recorría su ser.
La ceremonia estaba por concluirse. De la espesura, se escuchó el tropel de mil demonios que al tartamudeo de las ametralladoras silenciaron al Dios jaguar en compañía de sus súbditos. Sólo unos pudieron escapar. Los otros, no tuvieron tiempo de ver el amanecer del festejo de la serpiente. Cuerpos diseminados por las malocas hechos jirones, naufragaban en su propia sangre. Los capturados fueron torturados y obligados a confesar lo inconfesable, luego arrojados como presea a sus dioses en el río de las pirañas, sin el ajuar de sus ancestros.
El fin llegó. Era evidente que las milicias del estado habían descubierto la futura minga de los Aiwa.

José Nivia Montoya
Maestro de Matemáticas y
artista colombiano

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